9/3/20

Sueño de juventud

Lanzó una mirada rápida al reloj de la mesita de luz. Eran la cinco de la mañana y sintió una ráfaga de angustia al comprender que ya estaba amaneciendo y que todavía no había podido conciliar el sueño, desvelado por sus pensamientos. Estaba por cumplir los catorce años, había terminado el colegio primario y trabajaba como ayudante en el almacén de su padre en el pequeño pueblo de la zona serrana donde vivía.
Ya desde niño jugaba muy bien al ajedrez y si bien había participado con éxito en todos los torneos que se habían organizado en la escuela, ambicionaba con fervor dedicarse a jugar profesionalmente. Pero para ello debía convencer a su descreído padre que no lo afectaría para nada los estudios que debía comenzar en una escuela secundaria de la Ciudad aledaña a su pueblo, si se capacitaba también allí con un profesor de ajedrez que le habían recomendado en la escuela.
Miró hacia el techo de chapa de su dormitorio pensando que si por lo menos lloviera, el ruido de las gotas le daría una excusa para poder dormir. Entonces dejo de pensar en en la tenaz negativa de su padre y entre sueños decidió levantarse convencido de que lo mejor que podía hacer era ponerse la ropa, salir de su casa y buscar que sus pies lo condujeran caminando a la Ciudad para consultar a ese profesor.
Decididamente había tomado la decisión de perfeccionar su juego ajedrecístico y ser maestro de ajedrez sería el destino de su vida, con sus metas, objetivos y ambiciones. Al caminar por las calles de su pequeño pueblo hacía bastante frío y en esa mañana no se veía un alma en varias cuadras a la redonda. Los negocios estaban todos cerrados cuando ya terminaban de disolverse las últimas sombras de la noche ante el comienzo del amanecer.
Sintió un escalofrío y decidió caminar más rápidamente para que poco a poco su cuerpo entrara en calor. Luego de atravesar su pueblo optó por tomar un sendero extraño e intrincado que apareció repentinamente ante sus ojos, porque tenía la completa seguridad que acortaría notablemente el camino. Era una decisión arriesgada y sonrió al tomar ese desafío, porque pensó que seguir por el largo camino normal sería tan fácil como la de su actual trabajo rutinario de ayudante en el almacén de su padre.
En ese horizonte que le marcaba esa senda sinuosa por la que transitaba, se alegró cuando de pronto se recortó ante su mirada la silueta de la gran Ciudad que lo atraía como un imán y le señalaba que había tomado el camino correcto. Agudizó su mirada para distinguirla bien, pero lamentablemente tenía que atravesar un entorno montañoso rodeado de árboles y el sendero terminaba en una gigantesca muralla rocosa. Buscó por todos los medios la manera de esquivarla, pero no había caso, dado que era tan ancha que se perdía en el horizonte y tan alta y empinada que era imposible escalarla. Finalmente, luego de una paciente búsqueda encontró un túnel oscuro y profundo que estaba oculto tras unas plantaciones.
Si bien era un largo pasadizo lúgubre y húmedo, como estaba apenas iluminado por un reflejo que provenía del final del mismo, tuvo esperanzas que pudiera atravesar la muralla. Se dijo que si había llegado hasta ahí, debía continuar y se introdujo como pudo, caminando lentamente por él. Pero a medida que se aproximaba al otro extremo el túnel se fue haciendo más bajo y estrecho, hasta que finalmente le resultó imposible desplazarse caminando.
La incertidumbre y la claustrofobia habían comenzado a invadirlo poco a poco, pero decidió seguir avanzando apoyado sobre sus rodillas y manos, en medio de una oscuridad que solo alteraba esa pequeña claridad que había al final del trayecto.
A medida que se desplazaba, sus manos se sumergían en una especie de barro gelatinoso, pegajoso y desagradable, mientras sus rodillas resbalaban haciéndole difícil avanzar. El aire se volvía irrespirable y su hediondez lo estaba matando. Quería poder avanzar, pero ello lo estaba obligando a realizar un gran sacrificio en medio de esa realidad adversa y se sentía bastante abatido.
Miró hacia el extremo final del túnel y se reanimó al ver que aquella luz estaba mucho más cerca. Siguió deslizándose laboriosamente y si bien la claridad se aproximaba hacia él, cada movimiento le originaba un gran esfuerzo y tenía un enorme cansancio. Pero no se quejaba y una firme voluntad lo animaba. Hasta que cuando llegó al final del túnel, divisó sorprendido una puerta transparente de cristal que formaba una brillante figura de un tablero de ajedrez con las piezas dibujadas por la luz proveniente del lado exterior.
Se incorporó como pudo y cuando con su mano vacilante empujó la puerta para tratar de salir, una luz intensa lo encandiló. Después de unos segundos cuando volvió a abrir los ojos, quedó atónito, parpadeando con dificultad para ver lo que tenía ante sí. La luz del sol sobre su rostro lo envolvía y fue en ese preciso momento cuando se despertó sobresaltado sacudiendo sofocado la cabeza, y se sentó en la cama como impulsado por un resorte. Miró hacia la ventana, donde los rayos del sol de media mañana se filtraban por las hendijas de la persiana hacia donde él se encontraba reposando.
La conciencia de la realidad lo fue devolviendo poco a poco al tiempo presente, sobre esa cama de sábanas solitarias y revueltas. Un tenue resplandor incidía en las agujas del reloj que indicaban que eran las diez de la mañana. Con la boca reseca, se incorporó lentamente y se dirigió hacia la cocina. Abrió la puerta de la heladera y vertió de una botella una abundante cantidad de agua fresca en un vaso, que bebió de un trago.
Luego se dirigió al baño y se mantuvo debajo del chorro de la ducha un largo tiempo, permitiendo que el agua le recorriera el cuerpo como si fuera un suave masaje. Se secó despacio, pensando en el significado del sueño que había tenido. Evidentemente al abrir esa puerta y despertarse, había atravesado la muralla y allí estaba la luz que finalmente lo conduciría a su destino final. Se encontraba ahora lleno de potencialidades y estaba decidido a convencer de una vez por todas a su padre para tomar esas clases de ajedrez en la Ciudad.
Ese sueño de su juventud fue una premonición y una enseñanza de que no era una tarea rutinaria lograr concretar sus ambiciones y deseos de triunfar en la vida, sino que para ello eran necesarios realizar muchos sacrificios. De esa manera, luego que su padre finalmente lo autorizara, tanto su aprendizaje como su carrera ajedrecística, fueron encontrando igual que en aquel sueño grandes dificultades y obstáculos en su camino, pero siempre trató de sortearlos mientras iba evolucionando en su técnica. Hoy es un consagrado maestro de ajedrez donde el éxito y la fama lo acompañan por todo el mundo.



4/3/20

Ajedrez mutante

Esa noche después de ganar una intensa partida de ajedrez en el torneo del club, el maestro se recostó en la cama para analizarla sobre un pequeño juego portátil, como forma de conciliar el sueño.
Al quedarse dormido tuvo una pesadilla, en la que se encontraba en el universo viendo la misma partida que esa noche disputó con su rival, donde las piezas se movían sobre un enorme tablero flotante de cuadrados blancos y negros.
Pero lo escalofriante de ese sueño fue el comprobar que las piezas de ajedrez se fueron convirtiendo repentinamente en seres humanos de carne y hueso, que luchaban ensangrentados unos contra otros en un violento embrujo endiablado, de acuerdo a las posiciones que se iban produciendo.
Aterrado porque la partida se había convertido en espeluznante y sangrienta, escuchó la voz celestial de la diosa Caissa, quien le dijo que esa estremecedora mutación iba a terminar cuando concluyera esa contienda ajedrecística, y que luego las características físicas de las piezas volverían a ser igual que antes.
Y al despertarse de esa pesadilla justo en el momento en que los seres de su rival abandonaban la lucha, pudo constatar la veracidad de esa aseveración, al ver el tablero y las relucientes piezas del juego de ajedrez, caídas sobre las sábanas revueltas de su cama.