26/4/13

El programador de ajedrez

Era un programador científico brillante y desde muy joven su vida sólo había tenido como objetivo tratar de destruir al juego de ajedrez. Este sentimiento estaba en su inconciente desde su niñez. Su padre, que era un jugador mediocre, le instaba compulsivamente a jugar, pretendiendo que sea el campeón que no pudo ser él. Para ello, le había enseñado a jugar explicándole algunas variantes básicas y lo anotaba acompañándolo a todo torneo que se organizara cerca de donde vivían.
Él no sentía ninguna pasión por ese juego y por supuesto perdió numerosas partidas, recibiendo los permanentes reproches de su padre. Finalmente llegó un momento que no aguantó más y se negó terminantemente a participar, ante la desesperación y recriminación de su progenitor. Todas estas circunstancias, le hicieron aborrecer con toda su alma y de por vida al juego de ajedrez. Destruir ese juego era además su ansiedad secreta, a la que se dedicaría en gran parte de su vida solitaria y enfermiza, la que estuvo ceñida ya desde muy chico a la realización de programas informáticos.
En su juventud trabajó como programador en IBM, y participó activamente en  la construcción del sistema operativo Deep Blue. Estaba diseñado para jugar al ajedrez aplicando la potencia bruta de un superordenador de procesamiento masivo, capaz de calcular doscientos millones de posiciones por segundo. Ese programa le había dado muchas satisfacciones a él y a sus creadores, porque logró derrotar en un mach, nada menos que a Garri Kasparov, que para ese entonces era el mejor jugador humano de todos los tiempos. Sin embargo, hubo muchos comentarios afirmando que se había ayudado furtivamente al programa en algunas jugadas claves, por expertos ajedrecistas.
De todas maneras y para su desdicha, esa derrota no afectó para nada la reputación del juego de ajedrez en el mundo. Este hecho solo había logrado apaciguar un poco la inmensa soberbia de superioridad que siempre lleva implícita el subconsciente humano. La computadora tal cual es su función, siguió constituyendo de por sí, una herramienta útil de ayuda permanente a los jugadores, para entrenamiento, capacitación,  mejoras en variantes o planteos estratégicos. De esa forma, ese juego divino no fue afectado para nada por el desarrollo de los programas informáticos aplicados al ajedrez. Se siguió jugando lealmente entre humanos, frente a frente, cara a cara, permitiéndoles disfrutar a los contrincantes el placer de la noble competencia, rodeada del arte y la creación estética.
Este hecho exacerbó mucho al programador y lo llevó a pergeñar la idea de construir un programa que jugase tan perfectamente al ajedrez, que le permitiera determinar si la pequeña ventaja de las blancas en la salida era suficiente para ganar. Si ello fuese cierto, ese desequilibrio de fuerzas sería una forma inexorable de destrozar la esencia de equidad de ese juego. De esa manera, en sus horas libres en forma secreta, solo, siempre solo, rumiando en silencio el amargo pasto de sus ideas, se dedicó a elaborar un programa especial a ese fin. A diferencia de Deep Blue, el programa contaría con una vasta cantidad de información y con un motor de inteligencia artificial, capaz de decidir por sí mismo la respuesta más acertada a cada planteo y sin ayuda humana alguna.
Luego de mucho empeño y perseverancia logró elaborar ese programa, que sin lugar a dudas sería el más perfecto y avanzado del mundo. Lo iba a hacer jugar consigo mismo, a fin de develar ese misterio que tanto lo obsesionaba. Según la opinión general de todos los grandes maestros de ajedrez cuyos libros había consultado, la pequeña ventaja de la apertura no era suficiente para ganar y jugando correctamente las negras, todas las variantes terminarían irremediablemente en tablas. Sin embargo, él dudaba de esas aseveraciones y esperaba que la precisión infalible de su programa le proporcionara la respuesta correcta.
Cuando comenzó a realizar los últimos ajustes del programa a fin de empezar el experimento, la incertidumbre lo envolvía por completo. Si llegaba a descubrir que era posible transformar en victoria en todos los casos con la mínima ventaja de la salida, el destino del ajedrez estaría irremediablemente acabado, Por otra parte, se constituiría en el más famoso y reconocido programador de ajedrez del mundo. Durante aquellos días de tensión nerviosa frente al monitor de la computadora, sufrió un estado de excitación como jamás le había sucedido. Cuando se despertaba luego del intenso y febril trabajo, no sabía si realmente había tenido un dormir o un despertar verdadero. 
Al concluir con la puesta a punto, una emoción intensa lo invadió. Tuvo que esperar algunos minutos para tratar de serenarse, antes de decidirse a poner en marcha el programa en la computadora. Cuando finalmente recobró el aplomo, lo ajustó para jugar contra si mismo y después pulsó enter para poner en marcha la partida. Dejó que el propio programa eligiera al azar alguna de las veinte posibles variante de salida de las blancas.
La espera se tornó en una verdadera agonía. Los minutos le parecían una eternidad y mientras la ansiedad lo carcomía, observaba el lento desarrollo de la partida en el monitor. Perseguía en su memoria la luz del discernimiento en cada jugada y la hacía subir a la superficie, pero luego era apagada por la tensión que sufría, justo en el momento que se iba a convertir en comprensión. Sólo temblor y palpitación representaban para él cada respuesta del programa, mientras el corazón le latía intensamente. De vez en cuando se le nublaban los ojos y no sabía si éstos lo engañaban o si se estaba obscureciendo la pantalla. De esa forma, los nervios lo fueron consumiendo más y más, hasta que finalmente estalló su corazón.
Como no tenían noticias de él y no contestaba las llamadas, los familiares comenzaron a impacientarse. Después de unos días, decidieron violentar la cerradura de la puerta de su departamento y allí encontraron su cuerpo sin vida, apoyado sobre la mesa de la computadora. En tanto, en el monitor todavía encendido, observaron sin comprender nada, a dos solitarios reyes, que con el tiempo ya consumido, permanecían estoicamente estáticos. Ellos eran los testigos silenciososo del fracaso del programador y parecían saludar al mundo con solemnidad, desde la trama blanca y negra de ese juego sublime e inmortal.



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Publicado en mi libro La caja del tiempo. 
Editorial Alsina. Buenos Aires. 2013.
Versión ilustrada de Frank Mayer