Era un jugador de ajedrez con un
fanatismo enfermizo,
pero esa noche después de una sucesión de derrotas, creía que las
llamas de su pasión se le habían apagado para siempre. Se
había destacado en el ámbito ajedrecístico ganando
algunos torneos, pero lo cierto es que los últimos meses habían
sido terribles para él.
Casi sin darse cuenta, se encontró en
esa noche ante la puerta del subterráneo y sumido en un ataque de
desesperación decidió entrar. Luego, parado en el borde del andén
junto a numerosas personas, un fugaz escalofrío le recorrió el
cuerpo, mientras pensaba que le restaban escasos minutos de vida,
porque cuando el tren entrara en la estación se arrojaría a las
vías.
Echó una rápida mirada a las
personas que estaban junto a él en el andén, esperando indiferentes
y ansiosos la llegada del tren. Entonces, mientras ya sentía el rumor
del primer vagón del subte, que ya se aproximaba para entrar al
andén, dirigió la vista hacia las vías, dispuesto a tirarse.
Repentinamente, una completa oscuridad invadió la estación al
cortarse la energía eléctrica, ante la sorpresa generalizada de la
gente.
Fue en ese preciso instante cuando
escuchó una dulce voz que le decía:
ꟷ Tranquilízate insensato que tu
última hora no ha llegado aún ꟷ,
y al levantar la vista quedó obnubilado, porque tenía frente a él
nada menos que a Caissa la diosa del ajedrez que estaba suspendida en
el aire, flotando sobre las vías,
irradiando su armoniosa
majestuosidad.
Pocos instantes después se encendieron las luces de emergencia, mientras una
voz metálica que provenía de un empleado provisto con un megáfono, anunciaba
que el tren se había
detenido y el servicio estaba interrumpido. Entonces él se dirigió
hacia la salida junto al grupo de gente que pugnaba por abandonar la
estación.
ꟷ Creo
que tu intención de suicidarte por perder al ajedrez es alocada, y
por ello te he salvado la vida. Te aconsejo que busques estudiar con
calma cuales fueron los errores cometidos en las partidas que
ocasionaron
tus derrotas, y verás como adquieres la experiencia
necesaria para no volver a repetirlos ꟷ,
le dijo la diosa que lo acompañaba flotando, mientras él subía las
escaleras que lo conducían a la calle.
Fue al salir de la estación en
esa noche, cuando volvió
a resurgir en su mente su fanatismo ajedrecístico y pensando en no
desaprovechar esa oportunidad que se le presentaba
en la vida, decidió solicitarle algo a la diosa. Y una vez que estuvo en la vereda, le pidió que a cambio de estudiar los errores cometidos en las partidas, lo dotara de la capacidad intelectual necesaria como
para llegar a ser campeón mundial de ajedrez.
Ante este insólito pedido, la diosa
quedó completamente sorprendida, mientras él seguía caminando
mirándola como sobrevolaba nerviosa a su lado. En ese momento cruzó
la calle sin ver que estaba a punto de cambiar la luz del semáforo. Cuando intentó apurar el paso al percatarse de ello, tropezó
doblándose un pie y cayó pesadamente sobre el asfalto, justo cuando
los automóviles arrancaron
presurosamente con la luz verde, en medio de la oscuridad de la
noche.
Conmocionado por la caída y al ver
como los autos se acercaban velozmente hacia él, pensó por un
instante que sus anteriores deseos finalmente se cumplirían, pero
ahora ya no quería morir. Fue allí cuando vio nuevamente a la diosa
y escuchó las estrepitosas frenadas de los coches, que se detuvieron
solo
a unos pocos centímetros de su cuerpo. Al tratar de
reincorporarse sintiendo un dolor intenso en el tobillo, vio a Caissa que lo saludaba sonriendo y luego como se perdía a lo lejos su radiante
silueta en la noche.
Poco después, él reposaba en una
sala del hospital con uno de sus pies recientemente enyesado,
mientras analizaba los errores que había cometido en una de sus
últimas partidas de ajedrez en un pequeño tablero portátil de
cuero, que siempre llevaba
consigo.
— A tenido mucha suerte en
salvar la vida cuando trató de cruzar la calle sin mirar, y
encima tropezar y caerse en medio de los coches— le dijo el médico
cuando se le acercó a revisarlo.
— Es que tengo una diosa que me
protege y ahora estoy esperando que me conceda un pedido —, le
contestó con una sonrisa, mientras apoyaba el tablero de
ajedrez sobre la almohada.
