Siempre
recuerdo a mi abuela en un día que la acompañé ya en el otoño de
su vida a dar su caminata diaria por el parque. A pesar de sus años,
ella caminaba con paso firme y en apenas quince minutos completamos
dos vueltas en la pista de atletismo. Terminado el recorrido, me
atrajo para besarme en la mejilla.
— Ahora
vuelve a tu casa, que ya te he aburrido bastante.
Le
contesté que no, porque ese día mi madre tenía que salir y me
pidió que me quedara con ella para acompañarla esa tarde en el
parque.
— Ahora
voy a ir al lugar donde están los tableros de ajedrez, a ver las
partidas.
¿Estás
seguro de que quieres quedarte conmigo?
— Sí
abuela, me quedo. A mí me gusta mucho el ajedrez, pero me
sorprendes, porque estaba seguro que tú no sabías jugar.
— Es
que aprendí en estos últimos días —, me contestó muy dubitativa
y algo nerviosa.
De
manera que fuimos caminando a ese lugar donde estaban las mesas
preparadas con tableros y sillas para jugar al ajedrez. Allí nos
paramos a ver una partida entre dos hombres maduros que jugaban muy
ensimismados.
La
partida concluyó rápidamente, y el vencedor, que era un viejo
bastante canoso, se incorporó y con una sonrisa saludó a mi abuela.
Entonces, ella me miró dudando unos instantes, y luego, me pareció
que el otoño de su vida se trasformaba en primavera, cuando ante mi
completa sorpresa se acercó muy alegre y divertida a besar al
afortunado.
Finalista
X Concurso de Cuentos breves. Tiempo de otoño.
Incluido en el libro: Hechizado.
Creatividad
Literaria. España. Noviembre 2024.