15/8/14

El retador

La inexplicable renuncia incondicional al Torneo de Candidatos que se celebraba para determinar el retador al campeón del mundo de ajedrez por parte de uno de los jugadores favoritos, constituyó durante un tiempo uno de los casos que asombró a la comunidad deportiva ajedrecística y a la opinión pública mundial. Hubo muchas especulaciones cuando argumentó una indisposición pasajera. En realidad, y a pesar del inmenso acoso periodístico que sufrió, nunca dio una respuesta precisa a nadie sobre cual había sido el motivo que había originado la decisión de aquella renuncia. 
Había concurrido con muchas esperanzas a la sede del país donde se jugaba el evento en la que participarían los ocho finalistas de diversos países del mundo. Con sus veinticinco años, pensaba que si ganaba este torneo, acariciaría todo lo que se propuso desde su adolescencia. Llegó al edificio del centro de convenciones donde se celebraba el evento con cierta anticipación como lo hacía siempre, dispuesto a aclimatarse al ambiente de la sala donde se efectuaría la rueda inicial.
Él sabía muy bien que la diferencia entre un gran maestro internacional de ajedrez y un campeón mundial, es que debía conseguir ese logro a la hora de la verdad, cuando el título estaba en juego. Tenía que vencer en ese certamen para poder disputar el mach por el campeonato del mundo. Esa era su oportunidad y reiteradamente esas palabras le martilleaban en la cabeza.
Recordaba las consignas de su asistente ajedrecístico en la soledad de los entrenamientos y la utilización de los programas de ajedrez de su computadora, para decidir la línea a seguir en el torneo analizando a los distintos rivales. Estaba frente a la oportunidad de su vida, que lo consagraría como el desafiante al campeón mundial, y en caso de vencerlo, se le abrirían las puertas a la gloria ajedrecística  y al reconocimiento histórico mundial.
Todo comenzó cuando tenía catorce años y en una competición escolar en la que participaba, se acercó un jugador experimentado y comenzó a observar una partida de ajedrez que estaba jugando. Cuando ganó con un sacrificio de dama espectacular, le dijo:
—  ¡Muchacho, tú tienes un futuro en esto! —, y esa frase le cambió la vida.
— ¿Quién te ha enseñado a jugar así? —, le preguntó el jugador.
— Nadie—, fue su respuesta.
Así fue, que con el consentimiento de sus padres, comenzó a tomar clases con un profesor de ajedrez. Era tal la naturalidad que mostraba en las jugadas, que al profesor le llamó sumamente la atención el método y estilo propio que empleaba. Todas las clases terminaban con una jugada magistral propuesta por el niño prodigio.
Tanta pasión e intuición natural por el ajedrez le marcaron la vida, pero eso no alcanzaba, porque debía complementarla con una preparación teórica profunda. Finalmente, decidió estudiar metódicamente las distintas variantes de aperturas, medio juego y finales, con intensidad y dedicación. Fueron horas y horas de esfuerzo y de estudio, que asumió con mucha perseverancia.
Observaba y disfrutaba de su progreso, lenta y paulatinamente, suficiente como para reforzar su ambición y capacidad de juego. Fue así que ganó en casi todos los torneos que participó. Primero los del club de su barrio, después los de la ciudad en que vivía y finalmente consiguió el campeonato de su país. Luego incursionó en el ámbito mundial, otorgándosele por su trayectoria, el título de gran maestro internacional de ajedrez.
Por último, logró alcanzar la clasificación para ese Torneo de Candidatos que seleccionaría al retador del título y ello lo sumió en la felicidad. Sus rivales no sólo le expresaron su felicitación, sino que le manifestaron su admiración por su juego, realizado con belleza artística y precisión científica. Estaban casi seguros que ganaría el torneo y sería el próximo retador del campeón mundial.
El sabía que la obtención del título no era cuestión de sus cualidades innatas, ni mucho menos. Se trataba del resultado logrado en base a una labor de empeño, de obsesión por ser el mejor y de muchas horas de trabajo y análisis. Cuando hizo su temprana aparición en el recinto acondicionado de la sala  donde se celebrarían las partidas de ese torneo mundial, el silencio fue roto por el murmullo de los espectadores al ver entrar al favorito.
Saludó a la gente y se sentó en el lugar asignado con las piezas negras, en uno de los cuatro tableros que había en el escenario, esperando de esa manera relajar completamente su mente antes que concurriera su rival. Era la hora de la verdad y debía estar sereno, porque había mucho en juego.
Sin embargo, mientras esperaba a su contrincante, comenzó a pensar insistentemente en su país, en su ciudad natal, en sus padres, en sus hermanos y en su familia, que estarían pendientes de él. Por su mente comenzó a circular como un carrusel los nombres de, Capablanca, Alekhine, Botvinnik, Tal, Petrosian, Fischer, Spasski, Karpov, Kasparov…y poco a poco, le fue apareciendo una extraña ansiedad que lo fue poniendo sumamente nervioso.
Apenas quedaban unos segundos para el tiempo fijado de inicio y ya había comenzado a sentir como una especie de embotamiento en su cerebro. De pronto hizo su aparición su rival, quien lo saludó amablemente y se sentó, y luego con blancas hizo su primer movimiento accionado el reloj, para comenzar la primera partida del certamen clasificatorio.
El ya iba a contestar cuando de pronto, notó con desesperación que la confianza en si mismo que siempre había tenido, se le había desvaneciendo como por un encanto. Repentinamente, una sensación de temor invadió a su mente, mientras veía con impotencia como avanzaba su reloj. Sentía claramente que ahora no era el mismo, que necesitaba imperiosamente esa ayuda.
En los últimos meses de entrenamiento, había sentido un decaimiento en su voluntad y para mejorar su rendimiento tomó la decisión de aprender yoga, con lo que aumentó de forma considerable su capacidad de concentración. Pero realmente el hecho que lo convulsionó, fue cuando apareció aquella persona que se había contactado con él, recomendado por su asistente. Le había explicado que la verdadera solución a su decaimiento, era la ingestión de unas pastillas con unas drogas estimulantes revolucionarias, que había preparado experimentalmente y que aún no eran conocidas en el mundo.
Él no le había dado mucha importancia, pero evidentemente las razones de su progreso en dos últimos meses, fueron por tomar periódicamente aquellas pastillas amarillas insípidas. Ese estímulo durante aquellos últimos meses de entrenamiento, había logrado aumentar su concentración y disminuir su fatiga mental en forma considerable.
En ese momento, desesperado frente al tablero en medio de ese repentino estupor mental que lo carcomía, comprendió que necesitaba urgentemente esa pastilla y buscó desesperadamente con sus manos hasta alcanzar esa caja que tenía en el bolsillo de su saco. Luego se paró y ante la incredulidad de su rival que esperaba su inmediata respuesta, se dirigió rápidamente hacia el baño, mientras sobre la mesa de juego su reloj seguía avanzando.
Cuando entró, echó un vistazo a la imagen que se reflejaba en el espejo, de un hombre joven, de cabello negro revuelto, con un rostro desencajado y mirada ansiosa. Fue allí, que repentinamente comprendió cual era su triste y verdadera realidad.  Lamentablemente se había constituido en un ser dependiente de esa droga y en esos momentos tenía que tomar sí o sí esas partillas para poder jugar.
Permaneció inmóvil  observando su figura, tratando de postergar la ingesta de la pastilla que ya tenía en su mano. Sabía que en ese torneo no habría control de doping y no pasaría nada si la tomaba. Sin embargo, en su conciencia había remordimiento y danzaban las preguntas:
— ¿Llegaría a estar satisfecho consigo mismo si ganaba y valoraría el triunfo como si fuera producto de su propio esfuerzo?
Allí fue, cuando sus ansias de gloria fueron desapareciendo y tomaron un sabor amargo, que sólo él apreciaba. Un largo suspiro puso fin a sus cavilaciones. En esa noche algo se había quebrado en su interior. Se le había apagado el fuego sagrado, la llama votiva. El motor que lo movilizaba había dejado de funcionar. Ya no era más que una cáscara, una fachada que escondía toda la angustia que había dentro de él.
Sus ojos vagaron con desesperación por última vez al espejo y entonces decidió lo que debía hacer ante esa categórica verdad. Arrojó la caja con las pastillas con todas sus fuerzas en el inodoro y apretó el botón para no ver esa droga nunca más. Luego, algo más calmado, salió del baño resuelto, detuvo su reloj y le dio la mano a su contrincante abandonando la partida, argumentando una indisposición, ante la incertidumbre general de todos los presentes.
Aprovechando la sorpresa y el  revuelo que había provocado, logró escabullirse rápidamente de la sala de convenciones y salió precipitadamente a la calle. Y  desde aquel momento, a pesar del sopor en que se encontraba, sintió su conciencia tranquila. Acababa de adoptar con valentía una de las actitudes más bellas que ennoblecen al ser humano, que es la honestidad.
Varias personas circulaban indiferentes y no podía dejar de pensar, mientras se dirigía caminando algo mareado a su hotel, que posiblemente detrás de cada uno de ellos también se escondería alguna historia, o alguna quimera irrealizable.
— Después de todo todavía soy joven, tengo la vida por delante —, se dijo, aferrándose a una frase que comenzaba a repicar en sus oídos. Era cierto que le quedaban muchos años por vivir, pero no atinaba a establecer si eso era bueno o malo, porque debería luchar denodadamente para vencer a ese sopor que ahora lo  rodeaba, ansiando tomar nuevamente aquellas pastillas. A fin de cuentas, la vida por delante podía ser un largo tormento después de ver sus ilusiones hechas añicos, esparcidas sobre las piezas de aquel tablero, en aquella aciaga noche de la primera partida del certamen.
Anhelaba no vivir preguntándose cada tanto hasta donde hubiera llegado, si las cosas hubieran sido de otra manera. Tal vez en el futuro la herida de su alma por la pérdida de esa partida terminaría por sanar. Deseaba ser capaz de volver a pisar un salón de ajedrez con la frente alta  y jugar una nueva partida sin ningún remordimiento espurio que se le anudara en la garganta, sin que las imágenes de aquella noche acudieran otra vez a su memoria.
Sabía que debería enfrentar esa nueva lucha cargando una pesada mochila sobre sus espaldas, pero tenía la firme determinación de seguir adelante, con el propósito de reencontrar sus ganas de jugar en algún paraje solitario del camino. Luego, al otro día, les comunicó a los organizadores que se retiraba del torneo, ante el estupor general de los aficionados al ajedrez de todo el mundo, de su familia y de su país en particular.
Pero por suerte esos sueños que se apagaron en esa noche, esperaban por un nuevo día. Esperaban por un mañana. Y en esa trama de lucha y tiempo, renació nuevamente en él su capacidad de lucha y resurgió de las sombras, por su propia iniciativa.
Para ello, logró por sí mismo eliminar con mucha fuerza de voluntad y perseverancia esos incentivos extraños, para continuar con la actividad. Poco a poco, fue volviendo del profundo letargo en que se encontraba sumergido y volvió a recuperar la confianza en si mismo que había perdido y otra vez volvió a ingresar en el mundo de la realidad. Finalmente, pudo clasificarse nuevamente al siguiente Torneo de Candidatos para determinar el retador al título. El destino le había concedido una segunda oportunidad y con el espíritu recuperado y la inmensa fortaleza de su voluntad, esta vez no la desaprovecharía.