Al
comenzar en el aula la clase de ajedrez, los niños detectaron la
falta de un peón en una de las cajas de los juegos. Entonces, ante
la sorpresa de los alumnos, el maestro se los alcanzó con una
sonrisa, sacándolo de su bolsillo con un pase de magia y aprovechó
para revelarles el misterio de su desaparición.
Todo
había comenzado en la clase anterior cuando al llegar a la octava
línea el peón había sido apartado del tablero, al coronarse en
dama. Pero el peón tenía un espíritu bastante inquieto y travieso
y comenzó a deambular por el aula para participar en las actividades
de aprendizaje. Fue allí que lo sorprendió el sonido del timbre que
anunciaba la terminación de la clase.
En
ese momento, el
peón comprendió que
se
encontraba lejos
como
para volver
a tiempo junto
a sus compañeros,
aunque sintió un pequeño alivio al ver que
todavía
los
niños estaban
muy
ensimismados en sus tableros. Pero debía darse prisa, porque el
maestro les
recalcaba
permanentemente
que la clase había terminado.
Finalmente
el niño que utilizaba el juego que correspondía al peón, comenzó
a recoger las piezas con infinita calma, dejando la caja abierta
sobre la mesa. Para el peón era una milagrosa oportunidad, porque ya
había logrado acortar la distancia. Sin embargo, no fue lo
suficientemente veloz en su intento de ingresar a la caja antes de
que el niño la cerrara.
Cuando
todos se fueron del aula, el peón quedó solitario llorando sobre el
pupitre. Por suerte, fue descubierto por la encargada de la limpieza,
quien se lo alcanzó al maestro, aprovechando que aún no se había
retirado de la escuela.