El
acelerado desarrollo tecnológico en el mundo, lo
había superado por completo al abuelo. Los cambios habían sido tan
veloces en los últimos tiempos que manipular la computadora
o el celular era una especie de proeza inalcanzable para él. Pero
igual seguía adelante, cumpliendo un rol importante acompañando a
su pequeño nieto, que vivía entusiasmado con el juego de ajedrez.
— ¡Abuelo!
¡Vení que ya encendí la compu!
Una
imperativa voz infantil lo llamaba desde el living.
— ¡Vamos
abuelo!, ¿qué es lo que esperás?
Sus
huesos cansados crujieron cuando se levantó del cómodo sillón
donde estaba reposando y fue a ver a su nieto, que ansioso le estaba
esperando sentado jugando una partida amistosa frente a la computadora.
— ¡Vení!
¡Mirá que bueno está esto!
Cuando
el abuelo se sentó en la silla junto a la computadora para seguir
las vicisitudes del juego, las piezas en el tablero de ajedrez
aparecían en la pantalla bastante pequeñas y difusas ante sus ojos.
En su juventud había sido un buen jugador de ajedrez y ganado
varios torneos, pero ahora en la vejez las neuronas de su cerebro ya
estaban oxidadas.
— ¿Ves?
tengo mejor posición y ahora lo estoy atacando con todo.
— Sí,
ya veo —, le dijo, tratando dificultosamente de analizar la
posición a que había llegado su pequeño nieto en la partida.
El
abuelo era el compañero ideal para ese niño ajedrecista, porque
satisfacía incondicionalmente todos sus requerimientos y siempre
festejaba efusivamente sus logros. Si bien sus padres lo mimaban, él
era para su nieto un derroche de complacencia.
— Vamos
abuelo, ¿te parece buena esta jugada?
— Me
parece buena , pero tené cuidado por si dejaste colgada alguna pieza
—, le contestó, como siempre lo hacía como forma de salir del paso
rápidamente.
— Bueno,
yo juego pero vos quedate a ver esta partida conmigo.
Ambos
como en un acuerdo tácito se hacían mutua compañía. Después que
falleció su esposa, la familia de su hijo habían venido a vivir con
él y la presencia de su nieto eran ahora una inagotable fuente de
alegrías y satisfacciones.
De
pronto, su hijo apareció en la escena.
— Hola
¿A que están jugando? —, les preguntó.
— ¡Estamos
jugando al ajedrez una partida amistosa en la computadora, papá.
Quedate con nosotros para ver la partida.
Después
de unos momentos los tres estaban con los ojos fijos en la pantalla,
unidos por un indestructible lazo de afecto. Eran tres generaciones
con sus corazones palpitando juntos.
— Sigan
ustedes, que yo me voy a tirar un rato en la cama –, les dijo el
abuelo, como forma de descansar, aprovechando que la llegada de su
hijo lo relevaba momentáneamente de la demandante presencia de su
nieto para acompañarlo
frente al tablero.
— ¡Chau
abuelo! —, le contestó su nieto
agitando
su mano como despedida , con esa inagotable energía que lo
caracterizaba, y mientras él iba
caminando lentamente hacia su cuarto, sentía como resonaban en su
oído las risas del niño, apabullando al rival de la computadora con sus jugadas.
Al
llegar allí, el viejo se acostó rápidamente en la cama para
dormitar un poco, dado que necesitaba un urgente descanso para
reponerse. Con el paso de los años, lamentablemente su mente
ya no estaba preparada para seguir el vertiginoso ritmo de ese
ajedrez de la vida moderna, pero el cariño que tenía por su nieto nunca lo haría abandonar la partida.
Participación
I Certamen de Narrativas. Mi abuelo y yo.
Centro
de Jubilados y Pensionados Centenario.
Pergamino. Buenos Aires. Argentina. Septiembre 2023.