29/11/22

Abuelo ausente

Ayer enterraron al abuelo de la familia que en su vida fue un destacado maestro ajedrecista. Su pequeño nieto que lo quería muchísimo, está hoy muy apenado por su ausencia por motivos sentimentales, dado que ya no podrá seguir enseñándole a jugar al ajedrez con el cariño que siempre le brindó. También los padres del niño están hoy muy apenados por su ausencia, pero por motivos materiales, dado que ya no podrán cobrar mensualmente su elevada pensión.




27/11/22

Abuela rejuvenecida

Un día acompañé a mi abuela a dar su caminata diaria por el parque. La vi muy alegre y bastante rejuvenecida. Caminaba con paso firme y en apenas quince minutos completamos las dos vueltas en la pista de atletismo. Terminado el recorrido, me atrajo para besarme en la mejilla.

Ahora volvé a tu casa, que ya te he aburrido bastante.

Le contesté que no, porque ese día mi mamá tenía que salir y me pidió que me quedara con ella para acompañarla esa tarde en el parque.

Ahora voy a ir al lugar donde están los tableros de ajedrez, a ver las partidas. ¿Estás seguro de que querés quedarte conmigo?

Sí abuela, me quedo. A mí me gusta mucho el ajedrez, pero me sorprendes, porque estaba seguro que vos no sabías jugar..

Es que aprendí en estos últimos días —, me contestó muy dubitativa y algo nerviosa.

De manera que fuimos caminando a ese lugar donde estaban las mesas preparadas con tableros y sillas para jugar al ajedrez. Allí nos paramos a ver una partida entre dos hombres maduros que jugaban muy ensimismados.

La partida concluyó rápidamente, y el vencedor que era un viejo bastante canoso, se incorporó y con una sonrisa saludó a mi abuela. Entonces, ella me miró dudando unos instantes, pero luego, ante mi completa sorpresa, se acercó a besar al afortunado.



Dios jugando al ajedrez

Un día la diosa Caissa decidió dar un paseo por la Tierra y visitó un club de ajedrez donde habían organizado un ciclo de conferencias para homenajear al gran José Raúl Capablanca. Allí, el maestro disertante, se disponía a realizar el análisis de una de sus partidas magistrales en un gran tablero electrónico mural. 

La diosa del ajedrez se acomodó en una silla, vio y escuchó atentamente, hasta que al final de la exposición, en el turno destinado a las preguntas del público, levantó su mano para comentar:

--En esa partida Capablanca era Dios jugando al ajedrez.

Después se marchó un tanto enojada, porque sonriendo, el maestro se atrevió a dudar de su aseveración.





26/11/22

Inspiración pictórica ajedrecística

Mi alma ajedrecística se inspira al ver la foto de un lienzo surrealista de Salvador Dali, denominado Máscara de ajedrez. Allí observo como las blancas nubes se deslizan en el cielo de un horizonte montañoso, mientas el agua cristalina del mar se desliza junto con las piezas de ajedrez sobre un enorme tablero donde está apoyado el mundo. Después al bajar la mirada, pienso que la pintura quiere expresar que el destino de nuestras vidas sobre ese gran tablero, al igual que las piezas de ajedrez, están enmascaradas por los dados del azar. Sonrío, porque cuando dejo de mirar la foto, siento que se me va la inspiración.








25/11/22

Niño distraído

Yo era un niño que me dolía la derrota, pero la humillación me dolía mucho más… Un día jugaba con mi abuelo una partida de ajedrez que ya tenía ganada, porque me encontraba en posición superior y con ventaja material. Pero todo se derrumbó, cuando de pronto mi abuelo tomó su alfil negro, y apoyándolo sobre el tablero, me gritó con una sonrisa burlona:

¡Jaque mate al niño distraído!

Completamente sorprendido ante esa jugada imprevista, incliné mi rey con muchas ganas de llorar y revolear todas las piezas por el aire. Sin embargo, fingí serenidad y arrugué la cara con un gesto que pretendía ser respetable, forzando los músculos faciales para que no se convirtieran en puchero.

Fue allí cuando mi abuelo me preguntó, con un aire irónico y triunfal:

¿El niño distraído está muy dolido y tiene miedo de pedir una revancha?—. Entonces, mientras tragaba los mocos, me armé de valor para contestarle:

¡No me dolió la derrota y claro que quiero la revancha! —, se lo dije con apenas un hilo de voz, pero salvando el honor.





18/11/22

Campeón del mundo de ajedrez

 

Sí, ¡como lo oyes!: yo iba a ser campeón del mundo de ajedrez. Sí, sí, sí. ¡No pongas esa cara nene! ¡Campeón del mundo! ¿No me crees? Te comprendo. Miras a tu abuelo y no ves más que a un viejo encorvado e inútil que está tratando de enseñarte a jugar. Sin embargo ya ves, la vida tiene esas cosas. Aunque no me creas, te cuento que estuve a punto de hacerme con el campeonato del mundo de ajedrez, pero en el último momento…

Por favor abuelo, no me hagas reír, teminala de una vez por todas con esa ridícula historia y enseñame bien como mueve el caballo.






Sensaciones de un jugador de ajedrez

 

La sensación placentera que había tenido en la apertura al encontrarse superior desapareció por completo. Las piernas le temblaban. Una impresión de vacío comenzó a invadirlo, pero se encontraba dispuesto a luchar contra aquellas amenazas que lo asechaban. Es cierto que se encontraba en posición inferior en el medio juego, pero iba intentar revertir la situación.

Si bien se sentía incómodo y nervioso, se resistía a pensar en el fracaso. En un momento dado de la partida tuvo que decidirse entre muchas variantes, todas ellas muy complicadas y con poco tiempo para analizarlas. Por intuición eligió una de ellas que le pareció la más prometedora. Pero rápidamente se dio cuenta que no había elegido la correcta.

Entonces, buscó cambiar todas las piezas y se dejó llevar hacia el final con alguna esperanza. Sin embargo, la realidad le demostró que no había solución posible. Se preparó para lo peor y finalmente asumió la derrota. Pero no sintió pena. Pensó en el próximo encuentro que tendría mañana, y juró ganarlo.







El viejo y el niño


El viejo descansa en el parque sentado en un banco dispuesto con una mesa para jugar ajedrez frente a la vista de un hermoso lago. Escucha solitario el trinar de los pájaros, deleitándose con las risas de los niños que juegan tras suyo como todas las mañanas de esa agradable primavera.

Sus manos, presas de un ligero temblor, se aferran con vigor a la empuñadura de su bastón, mientras recuerda con orgullo los muchos logros obtenidos en su larga trayectoria ajedrecística. Pero una sombra de aflicción cruza su rostro al recordar el presente. Siente que ahora ya no es importante y que ya a nadie le interesa jugar con él. Dicen que sus opiniones y sugerencias ajedrecísticas son antiguas y caen en saco roto o le dan la razón como a los tontos, justamente a él, con tanta experiencia acumulada.

De pronto aparece detrás suyo un niño de unos diez años provisto de una bolsita de plástico conteniendo piezas de ajedrez, quien lo saluda despertándolo de sus pensamientos. Al verlo, el viejo le sonríe cariñosamente.

Hola, ¿qué está haciendo? —, le dice el chico.

Me gusta mirar el lago y recordar cosas lindas, le contesta el viejo.

Me llamo Bobby como Fischer y me justa mucho el ajedrez, pero como me tienen miedo, ningún chico se atreve a jugar conmigo. ¿Acepta jugar una partida? — le pregunta el chico.

Por supuesto, y a mí también me gusta mucho el ajedrez , le responde muy contento el viejo que se llama José Raúl, dispuesto a emular al gran Capablanca.

Y así en esa mañana de primavera en el parque, el viejo y el niño disponen las piezas sobre el tablero, para entablar felices ese particular encuentro.