Apesadumbrados,
estamos reunidos en esta noche en la despedida luminosa de nuestro
querido amigo del club
de ajedrez,
hacia su última morada. El servicio fúnebre nos
envió el cajón,
pero nos negamos
a trasladarlo al cementerio,
porque no queremos fallarle defraudando el último deseo de aquel,
que en su humilde y solitaria vida, tuvo una actitud ajedrecística
siempre
tan generosa y afectiva con
nosotros.
En
su testamento,
nos
había pedido que lo incineremos
dentro
del ataúd en el jardín del club,
acompañado
con su juego y el reloj de ajedrez, y que luego enterremos allí las
cenizas.
Nos pidió que veamos con la luminosidad producida por las llamas,
como se elevan hacia
el
cielo los restos gaseosos de su cuerpo junto con esas
pertenencias
que fueron parte de su vida, para poder
con su
espíritu
ajedrecístico seguir
brindándonos desde allí su compañía celestial.
Y
aquí estamos en esta noche en
respetuoso silencio todos
sus acongojados
amigos
del club,
viendo
como
su
espíritu ajedrecista se
eleva hacia el cielo, entre la luminosidad de las llamas.