Mientras avanzábamos con mis compañeros por uno de los flancos, escuchábamos el trote de la caballería y varios de los nuestros cayeron abatidos al ser sorprendidos después de muchas vicisitudes y estrategias del combate. A mi alrededor la refriega se hizo encarnizada y al llegar el anochecer, en un momento dado comprendí aterrorizado que había quedado solo en medio de las escaramuzas. En poco tiempo los soldados adversarios al descubrirme cargaron sobre mí y tras una breve lucha, alguien me sacó del lugar alzándome por el aire, después que asestaran la estocada final a mi existencia.
Y fue desde allí arriba cuando sentí mucha indignación después de tanto pelear como un bravío peón de nuestro ejército, al observar en ese instante a nuestro cobarde rey, que buscaba esconderse en el tablero detrás de una torre, suplicando a su dama que por favor lo defienda de los jaques amenazadores que se cernían sobre su vida.