23/9/16

El gitano

Aprovechando un intervalo en la reunión que estaba presidiendo, me levanté de la mesa y me dirigí hacia la ventana de ese gran salón de reuniones. Allí me quedé parado entre sus cortinas, observando las imágenes del hermoso parque que había en el fondo del predio de ese Club Polideportivo de mi pueblo, que me acompañaban con su mágico magnetismo.
Mientras ya en el ocaso el sol lo iluminaba con sus últimos rayos, distinguía los variables colores de las hojas de los árboles de eucaliptos, que permanecían allí con las huellas imborrables del paso del tiempo. Ellos siempre se conectaban conmigo desde hacía ya mucho tiempo y establecían un diálogo del que no podía mantenerme al margen, dado que eran una de las piezas esenciales de mi pasado. El viejo parque de eucaliptos constituía actualmente un espacio destinado al ocio, al juego de los niños y a la recreación familiar  de los socios del Club.
Mientras miraba el espectáculo de la caída del sol, escuchaba hablar a los demás integrantes de la Comisión Directiva que permanecían sentados en la mesa ubicada en el centro del salón, donde nos habíamos reunido esa tarde para sesionar. Mientras tanto, yo me dejaba llevar frente a la ventana, en un viaje hacia un ayer donde estaban la respuesta a esas preguntas que ellos se estaban formulando en esos momentos.
Algunos viejos dirigentes se acordaban del Gitano y no podían dejar de preguntarse dónde estaría ahora aquel brillante jugador de ajedrez que habían conocido hacía bastante tiempo. Mientras en ese paréntesis de la reunión departían y tomaban café acompañado con algunas copitas de Jerez, recordaban que ya hacía casi veinte años que ese personaje se había esfumado de repente del pueblo sin volver a dar señales de vida.
Afirmaban, tal como se rumoreó durante algunos meses en aquel tiempo, que el Gitano que era un hombre muy apuesto, había abandonado a su mujer y a sus dos niños pequeños, fugándose con una hermosa mujer de la Capital. Al escuchar aquello, el Tesorero del Club que en aquel entonces había sido muy amigo del Gitano, dijo que éste amaba demasiado a su familia como para renunciar a ella seducido por cualquier aventurera, por más hermosa que fuera, y que seguramente alguna misteriosa desgracia debió haberle acontecido.
Fue allí que terció en la charla el Secretario del Club quien rememoró la maestría que tenía el Gitano en el juego del ajedrez y dijo que había sido por lejos el mejor ajedrecista que había pasado por el Club, ganando brillantemente todos los torneos que se habían organizado en aquellos años. Entonces, el Comisario del pueblo que estaba entre los presentes y que era el vocal primero de la reunión, envalentonado con varias copitas de más, aseguró que hablaría con el Juez de turno, para ver si era factible reabrir el expediente de su desaparición.
― Ahora, con los buscadores de Internet, Facebook, el GPS, los satélites y todos esos nuevos avances de las comunicaciones, a lo mejor podemos localizar su paradero ―, dijo con mucho entusiasmo.
Mientras los demás seguían hablando del Gitano, yo que era el Presidente del Club, recordaba que nunca había podido soportar las colosales palizas que me propinaba al ajedrez. Ni hablar de la tremenda vergüenza y humillación que había sentido ante todos, cuando sonriendo me ofreció darme un caballo de ventaja en la partida final que debíamos disputar para definir el campeonato de Ajedrez del Club. 
Parado ahora frente a la ventana, no podía dejar de mirar el lugar de aquel pozo que había hecho entre los árboles de eucaliptos, donde hacía ya mucho tiempo se había podrido su maldito cuerpo.



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