El ganador
Las reflexiones del abuelo tras sus gruesos anteojos
fueron bruscamente interrumpidas por su nieto de catorce años, quien lo
observaba con su mirada expectante. La partida de ajedrez era el clásico
del domingo para el chico, luego del tradicional asado del mediodía en casa de
sus padres.
— Dale abuelo, que tus finales no te salvan hoy.
— Dale abuelo, que tus finales no te salvan hoy.
El abuelo analizaba profundamente la posición en el
tablero con su típica parsimonia, mientras una sonrisa incipiente aparecía en
su rostro. En su mente, las diversas combinaciones le predecían su
próximo triunfo.
— Abuelo, este libreto está llegando a su fin —, le dijo convincentemente el pibe, mientras el abuelo movía un caballo con sumo cuidado.
— Abuelo, este libreto está llegando a su fin —, le dijo convincentemente el pibe, mientras el abuelo movía un caballo con sumo cuidado.
El nieto desde muy pequeño había aprendido a jugar al
ajedrez y había comenzado a concurrir a una academia de su barrio para
perfeccionarse. Era muy preciso en su juego y tan confiado en su memoria, que
ya dominaba sin ningún titubeo muchas variantes de las aperturas.
En cambio su abuelo estaba retirado de las lides
ajedrecísticas. Tenía la experiencia de haber participado en numerosos torneos
en su juventud, y ahora apostaba casi todo a su habilidad para conducir los
finales.
— Para vos la partida es siempre un libreto—, le dijo
el abuelo.
— Tratás de ganar con estudios previos, análisis,
desarrollo. Conocés muchos detalles de variantes, aperturas y medio juego, pero
en una partida de ajedrez eso no basta. Es en el final cuando llega la sorpresa
y el golpe de gracia definitivo —, le refirmó.
— Eso lo decís vos porque nunca estudiaste y jugás de
oído —, le replicó su nieto.
— No lo digo yo, eso lo dijo nada menos que el gran Capablanca
—, le contestó el abuelo.
— Debés practicar los finales, si querés participar
con éxito en los torneos de ajedrez — , le recalcó.
Su nieto no le respondió. Sabía que en el fondo su
abuelo tenía toda la razón del mundo, mientras aceptaba confiado el cambio de
damas. Estaba seguro que no iba a perder, porque la partida era muy
pareja y en principio lo tenía todo bien calculado.
Sin embargo, no pudo salir de su incredulidad, cuando
luego de unos minutos de silencio su abuelo le anunció las próximas jugadas con
su infaltable sonrisa.
— Con un jaque quedás perdido, porque te cambio todas
las piezas y entro en un final con un peón pasado, contra tus dos peones
doblados y atrasados.
El nieto hizo un gesto que delataba su sorpresa. Se
quedó analizando la posición de ese final largo rato y evidentemente era así.
— Igual tendrías ventaja decisiva, si no te aceptaba
el cambio de damas —, le dijo concluyendo la aseveración de su abuelo y
sonriendo con resignación, mientras inclinaba su rey.
Durante los años siguientes la calidad de su juego
fue progresando y la carrera ajedrecística del muchacho fue realmente
meteórica, ganando numerosos torneos en su país. Era evidente que estaba
surgiendo en el universo ajedrecístico una nueva estrella, con otros ojos, con
otros conceptos y con otras ambiciones.
Hasta que a los veintidós años tuvo su gran
oportunidad, cuando se clasificó por su país para participar en un
importantísimo torneo internacional, con los adversarios más calificados del
mundo. Tenía la ilusión intacta, que le abriría las puertas al reconocimiento
general, con todo el tiempo por delante para llenar las páginas de su vida.
En el desarrollo de ese torneo tuvo una magnífica
actuación y estaba invicto hasta llegar a la partida final de la última ronda
que sería la definitoria. Debía jugar con blancas justamente con el gran
favorito, que era considerado por su experiencia como uno de los mejores
jugadores del mundo.
En esa partida final, al maestro favorito le bastaba
con empatar para ganar el torneo, por lo que con sus piezas negras planteó una
defensa francesa muy sólida. Sin embargo el joven jugador logró una pequeña
ventaja en la apertura, y luego fue minando estratégicamente, una por una, las
defensas que su adversario le fue oponiendo en el medio juego.
Por último, llegaron a un final que parecía muy
difícil de definir, pero que el joven lo resolvió con una precisión magistral,
que les hacía pensar a todos los analistas de ese juego, que ante ellos estaba
nada menos que el alma del genial Capablanca.
Cuando el favorito del torneo completamente agotado y
apesadumbrado, le tendió la mano para rendirse, las lágrimas de felicidad
inundaban los ojos del muchacho. En medio de los aplausos, un grupo de amigos y
simpatizantes inmediatamente lo rodeó para felicitarlo, mientras unos
periodistas le sacaban fotos y buscaban grabar sus emocionadas palabras.
Evidentemente, había aparecido en el firmamento
ajedrecístico una nueva y rutilante estrella, porque ese joven jugador había
arrasado con los adversarios más calificados en ese importantísimo torneo
internacional de ajedrez.
Y en esos momentos de gloria, no pudo menos que recordar a su querido abuelo, que hacía unos años ya se había ido de este mundo dejándole sus enseñanzas y consejos.
Y en esos momentos de gloria, no pudo menos que recordar a su querido abuelo, que hacía unos años ya se había ido de este mundo dejándole sus enseñanzas y consejos.
El perdedor
Cuando bastante cansado se dio cuenta que no tenía
alternativa alguna para salvar la partida, le tendió la mano a su rival para
rendirse. Fue allí que repentinamente quedó completamente ignorado y solitario,
en medio de los aplausos y festejos al nuevo y joven campeón. Había
conseguido el triunfo ganando la partida definitoria con él, que era el gran
favorito, pero que ya tenía sus cuarenta y dos años cumplidos.
Sentado allí frente a ese mismo tablero, contemplaba
al muchacho inmerso en sus recuerdos. Sabía por experiencia propia que esos
instantes de felicidad lo acompañarían para siempre, sin importar cual fuera el
curso de su vida futura.
Después de un tiempo prudencial, se levantó pesadamente de la silla y silenciosamente dirigió sus pasos para volver hacia su hotel. Cuando salió a la calle sabía que debía enfrentar una nueva jornada, después de la triste derrota de esa noche.
Después de un tiempo prudencial, se levantó pesadamente de la silla y silenciosamente dirigió sus pasos para volver hacia su hotel. Cuando salió a la calle sabía que debía enfrentar una nueva jornada, después de la triste derrota de esa noche.
En estado de completa depresión, buscaba en algún
paraje solitario de su mente, alguna justificación técnica de esa partida, pero
su única y real certeza en esos momentos era la incertidumbre sobre su futuro.
Si bien había tenido numerosos traspiés en su vida ajedrecística, nunca había
sentido una amargura semejante.
Algo se había quebrado en su interior y se sentía
envejecido. Le parecía como que se le había apagado el fuego sagrado de su
juego, la llama votiva de su inspiración. Era como si el motor que lo
movilizaba había dejado de funcionar. Sentía un dolor agudo en el pecho, al ser
consciente del grado de deterioro que se había producido en su juego en esa
partida definitoria del torneo.
Pensaba que su vida ajedrecística por delante podría convertirse en un largo tormento, al ver que sus ilusiones de ganar este torneo tan importante se habían hecho añicos. En algún momento de su carrera, había pensado firmemente en lograr el campeonato del mundo, pero ahora sentía que ya había perdido por completo esa esperanza que lo iluminara en otros tiempos.
Eran las dos de la mañana, cuando el perdedor llegó finalmente a la habitación de su hotel. Luego se recostó en la cama, fijando la vista en los mágicos contrastes sobre la pared provocados por el velador de la mesita de luz, que le parecían un enorme trebejo.
Pensaba que su vida ajedrecística por delante podría convertirse en un largo tormento, al ver que sus ilusiones de ganar este torneo tan importante se habían hecho añicos. En algún momento de su carrera, había pensado firmemente en lograr el campeonato del mundo, pero ahora sentía que ya había perdido por completo esa esperanza que lo iluminara en otros tiempos.
Eran las dos de la mañana, cuando el perdedor llegó finalmente a la habitación de su hotel. Luego se recostó en la cama, fijando la vista en los mágicos contrastes sobre la pared provocados por el velador de la mesita de luz, que le parecían un enorme trebejo.
Al final de ese mismo día partiría de vuelta a su
país, después de recibir el trofeo por el segundo puesto y el monto asignado
para el premio, en la ceremonia de gala que se realizaría por la tarde.
Mientras trataba de dormir, permaneció un largo rato
recostado, rodeado de miles de pensamientos que aguijoneaban su mente por lo
que había ocurrido en esa noche, activando ese fuego que lo consumía. Quería
tener un rato de sosiego en su mente, aunque le era muy difícil de lograr en
esos instantes de tanta angustia.
Recién después de una hora logró conciliar el sueño.
Pero el suyo no fue un sueño tranquilo. Fue una pesadilla poblada de imágenes extrañamente
lejanas y cargadas de anhelos insatisfechos. De repente, percibió con estupor
que sus pies se hundían en un inmenso tablero de ajedrez, mientras las piezas
lo miraban danzando risueñas. Sentía que su cuerpo penetraba con rapidez en ese
tablero que se parecía a una ciénaga.
Al introducirse en las profundidades oscuras, comenzó
a tener dificultades en la respiración. Hasta que al comprender que los
pulmones ya le estaban por explotar, comenzó a rendirse, abandonándose
inexorablemente ante esa fuerza contra la que no podía luchar.
Fue en ese momento, cuando se despertó sobresaltado y
sacudiendo la cabeza se sentó en la cama como impulsado por un resorte. Trató
de respirar con la boca abierta, luchando por llenar sus pulmones de oxígeno,
mientras el corazón le palpitaba intensamente y gruesas gotas de sudor cubrían
su frente.
Un agudo espasmo le oprimía el pecho mientras se reprochaba:
Un agudo espasmo le oprimía el pecho mientras se reprochaba:
— “¿Cómo era posible que el paso de los años no
fueran capaz de mitigar la pena de una simple derrota?” “¿Cómo era posible que
ese traspié disparara esa andanada de emociones contenidas que moraban dentro
de su ser?”
Lentamente, su ritmo cardíaco comenzó a normalizarse
y la conciencia de la realidad lo fue devolviendo al tiempo presente, sobre esa
cama de sábanas solitarias y revueltas. Miró hacia la ventana, donde las luces
de las farolas de la calle se filtraban por las hendijas de la persiana hacia
el interior de la habitación. Los tenues resplandores de las agujas del reloj
le indicaban que eran las cuatro de la mañana.
Con la boca reseca, se incorporó lentamente y se
dirigió hacia el pequeño refrigerador de la habitación. Abrió la puerta y
vertió una abundante cantidad de agua fresca en un vaso, que luego bebió de un
trago. La sensación que le había dejado aquel sueño aún perturbaba su espíritu.
El perdedor permaneció un largo tiempo acostado
tratando de serenarse, hasta que finalmente, cuando el amanecer comenzó a
iluminar tímidamente los edificios de la ciudad, logró nuevamente conciliar el
sueño.
Y fue en ese nuevo sueño diurno, cuando apareció en
su mente la luz de la esperanza, diciéndole que en el futuro la herida de su
alma terminaría por sanar y que esa derrota no era más que un hecho
circunstancial de su vida.
Y en esos sueños, el perdedor volvió a salir a la calle con el propósito de reencontrar sus ganas de luchar en algún paraje solitario del camino de su vida. Iba a enfrentar una nueva jornada cargando esa pesada mochila sobre sus espaldas, pero con la firme determinación de seguir adelante.
Y en esos sueños, el perdedor volvió a salir a la calle con el propósito de reencontrar sus ganas de luchar en algún paraje solitario del camino de su vida. Iba a enfrentar una nueva jornada cargando esa pesada mochila sobre sus espaldas, pero con la firme determinación de seguir adelante.
Nuevamente ansiaba ahora volver a competir para
revertir esa derrota y sentía en su alma ajedrecística, que a pesar de sus
años, todavía podría realizar numerosas partidas magistrales que le
reconfortarían su espíritu.
Era como si esa pesadilla pesimista que lo había perseguido durante la noche, se hubiese apagado entre esas mismas sombras, esperando por un nuevo día, esperando por la luz del sol, esperando por un mañana promisorio.
Era como si esa pesadilla pesimista que lo había perseguido durante la noche, se hubiese apagado entre esas mismas sombras, esperando por un nuevo día, esperando por la luz del sol, esperando por un mañana promisorio.
MUY BUENA LA IMAGEN DEL PERDEDOR , ENHORABUENA POR EL RELATO
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