El ex maestro de ajedrez estaba atormentado. Hacía algún
tiempo que había tomado la decisión de retirarse de toda actividad ajedrecística,
luego del disgusto e irritación que le produjo haber perdido aquel mach final definitorio
por el título de campeón de su país. Pero luego, no podía sepultar en su mente
esta decisión y ello le había llevado incontables lágrimas, penas,
remordimientos y muchos otros sentimientos contradictorios en la soledad de su
vida.
Ese día al levantarse, la cara en el espejo le devolvía una imagen lamentable. La enjuagó varias veces con agua fría tratando de disipar las huellas del insomnio permanente que sufría en las noches. Recién se durmió en la madrugada y cuando la mañana ya estaba avanzada, se dio cuenta al despertarse que no había escuchado el reloj despertador.
- “Voy a llegar tarde al la oficina”- reflexionó, sabiendo que no era la primera vez, ni sería la última. Realmente no le importaba. Había renunciado a su trabajo como profesor en una escuela de ajedrez del municipio en la que era muy apreciado. Luego se había empleado en esa oficina donde realizaba un trabajo rutinario, que si bien le proporcionaba un cómodo subsistir económico, lo veía ahora como una trampa donde se encontraba prisionero.
Se vistió con desgano y echó un último vistazo a la imagen que se reflejaba en el espejo del ropero. Era un hombre alto y delgado, rondando los cincuenta, de cabello negro poblado de algunas canas, de rostro reflexivo y mirada sombría. Cerró la puerta del armario y desde el dormitorio se dirigió hacia el balcón de su departamento. Permaneció inmóvil por un momento observando el panorama, tratando de postergar lo más posible su salida. Allá abajo, en la calle, cientos de personas circulaban por la gran ciudad apuradas e indiferentes tratando de llegar a sus respectivos lugares de labor. No podía dejar de pensar que tras cada uno de ellos se escondería alguna quimera como la de él. Un largo suspiro puso fin a sus cavilaciones.
Sus ojos vagaron por última vez sobre el paisaje urbano antes de dirigirse hacia la puerta de salida. Con aquella desesperada decisión de abandonar para siempre el ajedrez, que había tomado luego de haber perdido el mach en aquella noche aciaga, algo se quebró en su interior. Se le había apagado en su alma el fuego sagrado, la llama votiva de su vida. El motor que lo movilizaba había dejado de funcionar y ahora no era más que un ser que escondía el vacío que había dentro de él.
Salió a la calle para enfrentar la nueva jornada cargando una pesada mochila sobre sus espaldas, con el utópico propósito de reencontrar sus ganas de vivir. Nunca pensó que la vida por delante podía ser un largo tormento después de ver sus ilusiones hechas añicos, esparcidas sobre las piezas del tablero en aquella partida definitoria. Estaba tan exasperado y enojado consigo mismo, que había decidido retirarse para siempre, sin pensar que tal vez en el futuro esa herida producida en su alma sería muy difícil de sanar.
Por momentos, ansiaba ser capaz de volver a pisar un salón de ajedrez y jugar una nueva partida sin que no se le anudara la garganta cuando esos recuerdos acudían a su memoria. No sabía cómo hacer para contenerse cuando recordaba aquellas vivencias placenteras en la enseñanza de los chicos, cuando trabajaba como profesor de ajedrez. Sin embargo, las jugadas y posiciones de aquel mach fatídico siempre resurgían en su mente, rescatando oportunidades perdidas, encendiendo fuegos apagados y reabriendo heridas cerradas, que no habían sido del todo cauterizadas.
Su mente siempre lo llevaba a los empujones por esa marea de angustia que lo dominaba, impidiéndole tomar un respiro, para poder orientar el timón hacia el rumbo correcto de su vida. Se hallaba atado a ese pasado de tal modo, que estaba virtualmente impedido de vivir su presente y mirar hacia el futuro, indefenso e inmerso en una oleada de ansiosas emociones contradictorias en su mente.
Entonces, en el camino por las calles de la ciudad al dirigirse hacia la oficina, se dijo con firmeza que no podía continuar de esa manera y debía hacer algo de una vez por todas. El futuro de su vida estaba en juego. Debía dejar de ser esa persona taciturna en la que se había convertido, para volver a estar en paz consigo mismo. Lo que había quedado atrás ya había pasado y no podía estar sometido a una revisión constante de sus errores. No podía dejar que lo invadiera siempre la nostalgia como una niebla adormecedora que lo llevaba hacia la muerte emocional.
Con ese pensamiento, al llegar a la oficina se dirigió a su escritorio donde reposaba la computadora, buscó una página de ajedrez en la Web y luego comenzó a teclear con determinación. Tomar esa decisión le había llevado tan sólo unos breves instantes y el pensamiento de sentirse liberado tan rápidamente de esa opresión malsana le arrancó una sonrisa. Cuando retiró las manos del teclado había recuperado su cordura y luego, exhalando un suspiro de alivio, se dirigió resueltamente a la oficina del Gerente de la Compañía.
Al otro día, ante la alegría de los aficionados, los medios de comunicación informaron que el ex maestro había decidido retomar su cargo de profesor de ajedrez en la escuela municipal y su retorno a la práctica profesional, inscribiéndose en el torneo clasificatorio para el nuevo campeonato del ajedrez de su país.
Ese día al levantarse, la cara en el espejo le devolvía una imagen lamentable. La enjuagó varias veces con agua fría tratando de disipar las huellas del insomnio permanente que sufría en las noches. Recién se durmió en la madrugada y cuando la mañana ya estaba avanzada, se dio cuenta al despertarse que no había escuchado el reloj despertador.
- “Voy a llegar tarde al la oficina”- reflexionó, sabiendo que no era la primera vez, ni sería la última. Realmente no le importaba. Había renunciado a su trabajo como profesor en una escuela de ajedrez del municipio en la que era muy apreciado. Luego se había empleado en esa oficina donde realizaba un trabajo rutinario, que si bien le proporcionaba un cómodo subsistir económico, lo veía ahora como una trampa donde se encontraba prisionero.
Se vistió con desgano y echó un último vistazo a la imagen que se reflejaba en el espejo del ropero. Era un hombre alto y delgado, rondando los cincuenta, de cabello negro poblado de algunas canas, de rostro reflexivo y mirada sombría. Cerró la puerta del armario y desde el dormitorio se dirigió hacia el balcón de su departamento. Permaneció inmóvil por un momento observando el panorama, tratando de postergar lo más posible su salida. Allá abajo, en la calle, cientos de personas circulaban por la gran ciudad apuradas e indiferentes tratando de llegar a sus respectivos lugares de labor. No podía dejar de pensar que tras cada uno de ellos se escondería alguna quimera como la de él. Un largo suspiro puso fin a sus cavilaciones.
Sus ojos vagaron por última vez sobre el paisaje urbano antes de dirigirse hacia la puerta de salida. Con aquella desesperada decisión de abandonar para siempre el ajedrez, que había tomado luego de haber perdido el mach en aquella noche aciaga, algo se quebró en su interior. Se le había apagado en su alma el fuego sagrado, la llama votiva de su vida. El motor que lo movilizaba había dejado de funcionar y ahora no era más que un ser que escondía el vacío que había dentro de él.
Salió a la calle para enfrentar la nueva jornada cargando una pesada mochila sobre sus espaldas, con el utópico propósito de reencontrar sus ganas de vivir. Nunca pensó que la vida por delante podía ser un largo tormento después de ver sus ilusiones hechas añicos, esparcidas sobre las piezas del tablero en aquella partida definitoria. Estaba tan exasperado y enojado consigo mismo, que había decidido retirarse para siempre, sin pensar que tal vez en el futuro esa herida producida en su alma sería muy difícil de sanar.
Por momentos, ansiaba ser capaz de volver a pisar un salón de ajedrez y jugar una nueva partida sin que no se le anudara la garganta cuando esos recuerdos acudían a su memoria. No sabía cómo hacer para contenerse cuando recordaba aquellas vivencias placenteras en la enseñanza de los chicos, cuando trabajaba como profesor de ajedrez. Sin embargo, las jugadas y posiciones de aquel mach fatídico siempre resurgían en su mente, rescatando oportunidades perdidas, encendiendo fuegos apagados y reabriendo heridas cerradas, que no habían sido del todo cauterizadas.
Su mente siempre lo llevaba a los empujones por esa marea de angustia que lo dominaba, impidiéndole tomar un respiro, para poder orientar el timón hacia el rumbo correcto de su vida. Se hallaba atado a ese pasado de tal modo, que estaba virtualmente impedido de vivir su presente y mirar hacia el futuro, indefenso e inmerso en una oleada de ansiosas emociones contradictorias en su mente.
Entonces, en el camino por las calles de la ciudad al dirigirse hacia la oficina, se dijo con firmeza que no podía continuar de esa manera y debía hacer algo de una vez por todas. El futuro de su vida estaba en juego. Debía dejar de ser esa persona taciturna en la que se había convertido, para volver a estar en paz consigo mismo. Lo que había quedado atrás ya había pasado y no podía estar sometido a una revisión constante de sus errores. No podía dejar que lo invadiera siempre la nostalgia como una niebla adormecedora que lo llevaba hacia la muerte emocional.
Con ese pensamiento, al llegar a la oficina se dirigió a su escritorio donde reposaba la computadora, buscó una página de ajedrez en la Web y luego comenzó a teclear con determinación. Tomar esa decisión le había llevado tan sólo unos breves instantes y el pensamiento de sentirse liberado tan rápidamente de esa opresión malsana le arrancó una sonrisa. Cuando retiró las manos del teclado había recuperado su cordura y luego, exhalando un suspiro de alivio, se dirigió resueltamente a la oficina del Gerente de la Compañía.
Al otro día, ante la alegría de los aficionados, los medios de comunicación informaron que el ex maestro había decidido retomar su cargo de profesor de ajedrez en la escuela municipal y su retorno a la práctica profesional, inscribiéndose en el torneo clasificatorio para el nuevo campeonato del ajedrez de su país.
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