Un aficionado al ajedrez, después de
haberle ganado una hermosa
partida a un sacerdote amigo,
le hizo un comentario cuando estaban analizando las jugadas
realizadas.
— El premio que yo deseo por haber ganado esta partida es que Dios me haga un gran maestro de ajedrez.
— El premio que yo deseo por haber ganado esta partida es que Dios me haga un gran maestro de ajedrez.
— Eso sería muy gratificante, sin
duda—, le contestó el
sacerdote, pero es una lástima,
porque Dios no te va a regalar nada si no te pones a estudiar con
dedicación para lograr esa distinción.
— Entonces, ya que no puedo esperar una recompensa del Todopoderoso, me doy por satisfecho con el incentivo que me ha dado para ganarle a su representante —, le dijo sonriendo el aficionado.
— Entonces, ya que no puedo esperar una recompensa del Todopoderoso, me doy por satisfecho con el incentivo que me ha dado para ganarle a su representante —, le dijo sonriendo el aficionado.
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