En la partida que estaba disputando esa noche en el club de ajedrez, me encontraba en una posición levemente superior y con algo de iniciativa. Fue allí cuando mi adversario me propuso tablas y me puso en la disyuntiva de aceptarlas o no. Si las aceptaba no habría perdido la partida como lamentablemente ocurrió después al equivocarme. De haber especulado con ese medio punto, podría haber mantenido una ubicación más expectante en los primeros puestos del torneo. Pero yo ansiaba ganar, y por ello no me arrepiento para nada de haber tomado la decisión de rechazar esa proposición. Es seguro que si aceptaba las tablas en aquella mejor posición, mi subconsciente me hubiese perseguido luego de tal manera, que no me habría dejado dormir durante toda la noche.
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