Evidentemente había una fuerza mágica
y misteriosa que lo mantenía atrapado allí adentro, luego que a los
seis años había aprendido las instrucciones que venían en el
estuche de un regalo que le hizo su hermana mayor. Su madre procuraba
alentarlo en la extravagante tarea en la que se había embarcado,
pero en el fondo no podía evitar sentirse preocupada y eso la llevó
a una consulta con un psiquiatra. Sin embargo, la actitud del niño no varió.
Ella no lograba comprender por qué su pequeño hijo Bobby, se la
pasaba todas las tardes encerrado en su habitación jugando al
ajedrez.
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