En esa tarde de verano disfrutaba del hermoso paisaje caminando por la costanera que bordeaba el mar de una importante ciudad turística. Me dirigía a disputar una partida de ajedrez en un torneo que allí se había organizado, en el que yo había sido invitado. De pronto, pasó junto a mí una combi de turismo que se desplazaba muy despacio, la que me llamó poderosamente la atención porque me pareció distinguir el rostro de mi madre en una de sus ventanillas. Ello hizo que resurgiera nuevamente en mi mente aquella tragedia acaecida en mi niñez.
— Por favor mamá, bajá de esa combi que quiero que me acompañes a jugar al ajedrez —, le grité con todas mis fuerzas al ver que me miraba, tratando de salvarla antes de que el vehículo se perdiera de mi vista.
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