1/10/21

Viejo grupo pimponero

El antiguo bar de mi barrio es uno de los pocos que todavía resisten el inexorable embate del tiempo y del progreso. Al atravesar sus puertas se emprende un viaje a un pasado no muy lejano, que aunque definitivamente perdido en el tiempo, sigue aún vivo en mi memoria .

El salón cargado de reminiscencias de otra época brinda un ambiente acogedor. Las mesas, las sillas, el mostrador y la máquina de café, son las mismas de antaño. Sin embargo, pueden verse nuevas luminarias, un equipo de aire acondicionado y la computadora, que evidencian algunos signos de adelantos tecnológicos. De todas maneras, lo nuevo y lo viejo conviven en paz, cumpliendo sus funciones y complementándose mutuamente.

Recuerdo como si fuera hoy cuando en mi juventud entré allí por primera vez acompañando a mi padrino, que se reunía con un grupo de amigos todas las tardes para jugar partidas de ajedrez ping-pong. Se llamaban así a las partidas rápidas a cinco minutos por jugador, usando relojes de ajedrez analógicos que contenían unas agujas que caían cuando se cumplía el tiempo. Mi padrino era muy querido y ese afecto se extendió hacia mi persona. Como yo era un apasionado por el ajedrez, me dejaron prender al grupo de inmediato.

Como los ganadores siempre permanecían en los tableros, y los perdedores iban rotando, cuando yo no jugaba, miraba con ojos asombrados todo aquel espectáculo ajedrecístico. A decir verdad, disfrutaba mucho de las discusiones y peleas por algunas jugadas incorrectas o prohibidas, o si se había caído o no la aguja del reloj, pero la sangre nunca llegaba al río. Al día siguiente todos conversaban animadamente como si nada hubiese sucedido.

Los amigos de mi padrino constituian un grupo social de lo más heterogéneo, tanto en sus formas de ser, como en sus simpatías por algún equipo de fútbol o partido político. Parecía como que todos juntos conformaban un cuadro pintado por la paleta de algún genio travieso. Pero con el correr del tiempo el grupo se fue achicando. Mi padrino falleció y algunos de sus amigos le siguieron más tarde. Yo me prometí que seguiría asistiendo y de aquel célebre grupo, ahora solo quedamos unos pocos.

A veces, cuando llego temprano como hoy, pido un café y espero en soledad a algún integrantes de aquella cofradía que aún queda en pie. Y si eventuamente alguno hace su aparición, pedimos rápidamente un juego y nos ponemos a pimponear con uno de aquellos viejos relojes de ajedrez.

 


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