Se despertó cuando el sol asomaba sobre los edificios de la ciudad. La mañana había avanzado y no había escuchado la campanilla del despertador. El suyo fue un sueño sobresaltado, poblado de imágenes y sonidos familiares, cargado de anhelos insatisfechos que lo perseguían sin cesar.
Hacía varios días, luego de sentir un profundo dolor en el pecho, se desmayó durante la partida que estaba disputando en un importante torneo de ajedrez. Los médicos le diagnosticaron que tenía una afección muy grave en el corazón, por la que debía dejar para siempre las competencias ajedrecísticas, justo cuando estaba ya por alcanzar la consagración.
El futuro se le presentaba ahora como una larga travesía a través de un camino poblado de peligros, indefenso, y privado de su mejor arma, sin saber qué rumbo tomar y sin un horizonte por alcanzar. Al levantarse, la cara en el espejo del baño le devolvía una triste imagen, acorde con la noche que había pasado.
“Voy a llegar tarde al turno con el médico”, reflexionó. Realmente no le importaba. Para él esa enfermedad representaba una jaula en la que se encontraba prisionero, impedido de levantar vuelo. Se vistió con desgano. Echó un último vistazo a la imagen que se reflejaba en el espejo. Un hombre joven, de cabello negro, rostro reflexivo y mirada melancólica.
Se dirigió al balcón y por un momento se quedó parado observando. Allá abajo, en la calle, cientos de personas circulaban apuradas tratando de llegar a sus destinos. No podía dejar de pensar que tras cada uno de ellos se escondería alguna historia irrealizable.
Un largo suspiro puso fin a sus cavilaciones. “Después de todo aún soy joven y tengo la vida por delante”, se dijo, aferrándose a esa frase que había escuchado tantas veces. Sus ojos vagaron por última vez sobre el paisaje de la ciudad antes de dirigirse hacia la puerta. Algo se había quebrado en su interior. Se había apagado el fuego sagrado, la llama votiva. El motor que lo motivaba había dejado de funcionar. Ya no era más que una máscara que escondía el vacío que había dentro de él. Era cierto que le quedaban muchos años por vivir, pero lo envolvía la incertidumbre.
Y pensando que tal vez en el futuro la herida de su corazón terminaría por sanar, salió a la calle para enfrentar al médico, con la resignada determinación de seguir adelante y la esperanza de reencontrar sus ganas de vivir en algún paraje seguro del camino.
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