Durante
toda mi vida he sufrido numerosos fracasos y cuando eso sucede, suelo
derrumbarme espiritualmente y volver a levantar cabeza se convierte
realmente en una odisea para mí. Me ha dicho el psicólogo que
posiblemente esa sensación se produzca por el espíritu
sobreprotector de mi madre. Ella, que cobra la jubilación mínima y la
pequeña pensión de mi padre, logra actualmente con grandes
sacrificios mantener mi subsistencia.
Ya
desde niño, me afligía cuando la maestra me entregaba las
notas de reprobación de un examen, y ni que hablar lo que padecí
cuando la chica que más me gustaba me dijo que no, en la única
declaración de amor que hice en mi vida.
Ahora,
a los treinta y cinco años, sufro bastante cuando continuamente me
desaprueban en las materias de la facultad, lo que dificulta y
posterga eternamente mi graduación. O también, cuando no cumplo con las
expectativas al pedir un trabajo, al darse cuenta el entrevistador
que no soy el candidato adecuado que esperaba contratar.
Pero
esta
mañana, tuve un sueño depresivo espantoso, y me levanté con
una sensación de angustia terrible
que
me martiriza el espíritu mucho
más
que todo
aquello.
Sucede que anoche he vuelto
a perder nuevamente otra partida y estoy último en el torneo de
ajedrez del club
de mi barrio.
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