Si
me dejas ganar te muestro el color de mi bombachita, me dijo ella antes
de empezar la partida de ajedrez del torneo infantil de la escuela,
mientras que yo sorprendido, divisaba su rostro sonriente, sus trenzas
rubias y sus piernecitas blancas que sobresalían de su pollerita
corta. Era la niña más linda y simpática de la clase, a quien
todos mis compañeros buscaban en los recreos para jugar y sentarse
junto a ella en las excursiones de la escuela.
La partida fue rápida y a las pocas jugadas le anuncié el jaque mate con una alegre expresión de victoria. Es que en aquel tiempo de mis nueve años, no me importaba para nada saber cual era el color de su bombachita.
Hoy después de tantos años ella es mi esposa, y recordando aquella anécdota de nuestra niñez, pensamos que los gustos en el mundo han cambiado. Fue cuando vimos a nuestro pequeño hijo que jugando una partida en el torneo infantil de la escuela con la compañerita más linda y simpática de su clase, perdió inexplicablemente, al dejar colgada su dama en una posición muy superior.
La partida fue rápida y a las pocas jugadas le anuncié el jaque mate con una alegre expresión de victoria. Es que en aquel tiempo de mis nueve años, no me importaba para nada saber cual era el color de su bombachita.
Hoy después de tantos años ella es mi esposa, y recordando aquella anécdota de nuestra niñez, pensamos que los gustos en el mundo han cambiado. Fue cuando vimos a nuestro pequeño hijo que jugando una partida en el torneo infantil de la escuela con la compañerita más linda y simpática de su clase, perdió inexplicablemente, al dejar colgada su dama en una posición muy superior.
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