Un
anciano relojero que fue en su juventud un gran maestro de ajedrez,
llegó a vivir más de cien años, construyendo en forma artesanal en su pequeño taller,
relojes analógicos para jugar al ajedrez. Sus relojes adquirieron fama mundial, y llegaron a convertirse en un momento dado
en codiciadas joyas de precisión para los más entendidos. Al
venderlos, el anciano afirmaba con orgullo, que ni Crono, el Dios del
tiempo, podría hacer algo mejor.
Esos dichos causaron malestar al Dios quien un día apareció ante él y lo desafió, diciéndole que lo derrotaría en una partida de ajedrez jugando con uno de esos relojes famosos, y que cuando ello ocurriera, daría por finalizado el tiempo de su vida. Dicen que por suerte el anciano venció a Crono, y así pudo lograr esa longevidad que le permitió seguir realizando su afición favorita durante muchos años más.
Esos dichos causaron malestar al Dios quien un día apareció ante él y lo desafió, diciéndole que lo derrotaría en una partida de ajedrez jugando con uno de esos relojes famosos, y que cuando ello ocurriera, daría por finalizado el tiempo de su vida. Dicen que por suerte el anciano venció a Crono, y así pudo lograr esa longevidad que le permitió seguir realizando su afición favorita durante muchos años más.
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