Ha llegado a mi vida otro otoño de
hojas marchitas. Mis agitados años de torneos ajedrecísticos han pasado,
llevándose con ellos esa apasionada primavera de trebejos que
disfruté en mi juventud. Así es como lo dispone el destino, pero no
cambia para nada mi dicha interior. Es que en esta fría y gris tarde otoñal, soy muy feliz enseñándole jugar ajedrez a mis nietos.
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