El anciano había asistido a la
presentación de un exitoso libro de problemas de ajedrez,
que se realizó en el auditorio municipal
de la ciudad por parte de un
joven
compositor artístico. Se estaba retirando muy compungido porque él
también era compositor y nunca en su larga vida había tenido esa
suerte, cuando de pronto vio pasar junto a él a Caissa
la Diosa del ajedrez y entonces
le descargó
su tristeza.
— ¿Por qué no me ayudas para que el libro de problemas que yo he publicado, tenga la misma difusión que esa obra?
La Diosa lo miró sin detenerse, y apresurando su paso, le contestó.
— Te adelanto que justo dentro de un año en este auditorio y a esta misma hora, ese joven compositor dará una conferencia detallando tu trayectoria ajedrecística, en la que elogiará muchísimo ese libro que has publicado y yo estaré allí presente para celebrarlo.
—¡Que bueno, te lo agradeceré mucho!
— Agradécemelo ahora, porque el año que viene ya no lo podrás hacer, le dijo la Diosa mientras se alejaba.
— ¿Por qué no me ayudas para que el libro de problemas que yo he publicado, tenga la misma difusión que esa obra?
La Diosa lo miró sin detenerse, y apresurando su paso, le contestó.
— Te adelanto que justo dentro de un año en este auditorio y a esta misma hora, ese joven compositor dará una conferencia detallando tu trayectoria ajedrecística, en la que elogiará muchísimo ese libro que has publicado y yo estaré allí presente para celebrarlo.
—¡Que bueno, te lo agradeceré mucho!
— Agradécemelo ahora, porque el año que viene ya no lo podrás hacer, le dijo la Diosa mientras se alejaba.
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