Una
pesadilla estaba martirizando al maestro
en esa tarde,
cuando de pronto se despertó sobresaltado sobre unos almohadones que
estaban en el piso junto a las piezas de ajedrez. Con ellas,
antes de sobrevenirle el sueño, había
estado estudiando una apertura a emplear en la partida que debería
disputar esa noche por la final del torneo de ajedrez.
Al
abrir los ojos, la imagen familiar del cuarto cobró vida.
Había tenido la angustiosa sensación de encontrarse en esa
pesadilla en
una posición perdida, de tal forma que sino se hubiera
despertado abruptamente, era inevitable su triste e inexorable
derrota.
Entonces
se levantó como un resorte y abrió la ventana para que entrara
una bocanada de aire fresco y perfumado del jardín. La tarde estaba
serena, y cuando ante su vista apareció nuevamente la hermosa realidad de la
naturaleza, el ritmo de su corazón fue normalizándose, mientras su
espíritu se
iba recomponiendo poco a poco.
Por
suerte, había sido
un
sueño premonitorio que le había señalado claramente que no era
conveniente adoptar esa apertura y esperanzado
se
puso a estudiar otra línea más prometedora, la que luego empleó
con éxito en el encuentro que disputó por la noche.
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