Cuando
yo tenía seis años, me propuse ver a Papá Noel. En esa nochebuena
con mis padres y todos los parientes nos habíamos reunido en el
living, con un hermoso arbolito de Navidad junto a la chimenea. A la
medianoche, luego de celebrar en medio de la
sidra, el pan dulce
y el
ruido
de cohetes, mi madre me mandó a dormir a mi habitación. Allí me
senté en un sillón junto a la ventana y aguanté el sueño como
pude, hasta que se fueron los últimos invitados.
Me costaba mantenerme despierto, cuando de repente, me pareció escuchar un ruido tras la ventana y al mirar, allí estaba… ¡Era Papá Noel! , el simpático gordito barbudo de traje rojo, barba blanca y mejillas rojas, transportado por renos alados, que con su bolsa de juguetes entraba por la chimenea.
Al despertarme en ese sillón entre las penumbras del amanecer, fui corriendo silenciosamente al living para no despertar a mis padres. Allí me llenó de alegría encontrar junto al arbolito, el hermoso juego de ajedrez que le había pedido.
Hoy después de tantos años de jugar al ajedrez, cuando va llegando la Navidad, estos recuerdos me llenan de nostalgias, porque aquella inocencia de mi niñez, junto con mis padres, ya se han ido, como se van las noches con sus sueños.
Me costaba mantenerme despierto, cuando de repente, me pareció escuchar un ruido tras la ventana y al mirar, allí estaba… ¡Era Papá Noel! , el simpático gordito barbudo de traje rojo, barba blanca y mejillas rojas, transportado por renos alados, que con su bolsa de juguetes entraba por la chimenea.
Al despertarme en ese sillón entre las penumbras del amanecer, fui corriendo silenciosamente al living para no despertar a mis padres. Allí me llenó de alegría encontrar junto al arbolito, el hermoso juego de ajedrez que le había pedido.
Hoy después de tantos años de jugar al ajedrez, cuando va llegando la Navidad, estos recuerdos me llenan de nostalgias, porque aquella inocencia de mi niñez, junto con mis padres, ya se han ido, como se van las noches con sus sueños.
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