Dentro del ataúd,
con los ojos cerrados y un ramo de flores sobre su pecho, mi rival de
toda la vida del club de ajedrez me pareció por primera vez
inofensivo. Disimulando mis inquietudes de que mi presencia podría causar
alguna reprobación, comprobé de un vistazo la tranquilizadora paz
en que se desarrollaba el velatorio. Después me incliné sobre su
cuerpo y con lágrimas en los ojos le dí el pésame final,
mientras miraba disimuladamente sus labios. Es que temía haber dejado algún
indicio que pudiera delatarme del veneno que le agregué a su café,
después que me ganara aquella partida definitoria en el torneo del
club.
No hay comentarios:
Publicar un comentario