Todos los días veía al anciano llegar y sentarse en un banco del parque, con un pequeño juego de ajedrez de cuero en sus manos, que a mí me gustaba muchísimo. El anciano era un fanático ajedrecista que se concentraba de tal forma en el tablero, que parecía sumergirse en él. Un día vi que el anciano había desaparecido y que el juego estaba solitario sobre el banco del parque. Entonces, imaginé con una sonrisa que el pequeño juego de ajedrez lo había absorbido. Tenía la alegre intención de apropiarme del juego y llevármelo a mi casa, junto con el anciano que estaba adentro. Por suerte pude reaccionar a tiempo de esos malos pensamientos, y salí corriendo a fin de alcanzar al anciano y devolverle el pequeño juego de ajedrez que había dejado olvidado.
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