Al terminar un almuerzo de dos familias amigas en un departamento de la Ciudad, los dos padres, fanáticos del ajedrez, desean jugar de sobremesa una partida. Primero debieron esperar que todos terminaran de comer para usar la mesa y sentarse en alguna de las sillas desocupadas. Luego lograron ubicar el tablero de ajedrez con sus piezas en un rincón de la mesa con luz suficiente, desplazando los elementos dispersos que habían quedado del almuerzo. Pero después de instalarse, debieron soportar al jugar, el ruido de la televisión encendida a pocos metros, a sus esposas conversando alegremente mientras lavaban los platos y a sus hijos pequeños gritando mientras jugaban. Todo ello envuelto en el ruido de fondo del ladrido de los perros y la música estridente del departamento lindero.
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