El maestro de ajedrez siempre tuvo una sospecha, y ella se
incrementó cuando comenzó a aparecer en el diario un anuncio de
una joven ajedrecista buscando a su padre. En él se solicitaba que la llamen por
teléfono los hombres de más de cincuenta años que tuvieran alguna
mancha en el cuerpo en forma de un peón de ajedrez .
Entonces se decidió a llamar, y cuando
la chica le confirmó que tenía una mancha con esa forma a un
costado del cuerpo, luego de una breve charla,
colgó el teléfono sin
dudar un instante. El corazón le latía aceleradamente cuando se
dirigió
al laboratorio para realizar la prueba de ADN.
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