Cuando el ajedrecista salió esa noche a la calle después de la intensa partida disputada por el torneo del Club Argentino de Ajedrez, después de caminar varias cuadras y con la mente todavía embotada por el desarrollo del juego, fue atropellado por un coche que pasaba a gran velocidad y que siguió su carrera sin detenerse.
Luego de transcurridos unos momentos, no dudó de que estaba muerto, pero le llamó la atención que no tenía heridas visibles ni dolor alguno y después de sacudirse el polvo adherido a su ropa, fue deambulando sin rumbo por esas calles que le parecían estar más oscuras que de costumbre, respirando el aire fresco de esa noche de verano.
De pronto, divisó nuevamente el Club donde había jugado esa noche, y que misteriosamene todavía permanecía abierto a esas altas horas de la madrugada. Al entrar, divisó en una mesa nada menos que a Capablanca y Alekhine que jugaban al ajedrez, y parado junto a ellos mirando la partida, estaba su mejor amigo, quien era fanático ajedrecista como él y que había muerto unos años atrás.
Al reconocerlo, su amigo se mostró muy sorprendido.
— Hola, que gusto tengo de volver a verte. ¿Desde cuándo pasaste a mejor vida?
— Hace unos minutos. Me atropelló un auto cuando cruzaba la calle.
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