Como tenía que hacer tiempo, aproveché para ir caminando distendido por las calles de Buenos Aires, y me paré frente a una vidriera de un negocio de antigüedades. Al principio miré sin mucho interés las cosas ofrecidas, pero poco a poco, mi imaginación se dejó llevar por la nostalgia de los años pasados. Podía percibir el aroma que se desprendía de los viejos muebles, mientras veía una guitarra y un violín, junto con candelabros y modelos de radios antiguas.
De pronto, sentí una sensación de ansiedad e inquietud, cuando vi a aquel viejo reloj analógico de ajedrez a cuerda, que en su caja de madera estaba apoyado junto a algunas viejas piezas de ajedrez. Luego del paso del tiempo y el uso de los relojes electrónicos, hace rato que dejé de utilizarlo en las partidas y prácticamente ya me había olvidado de él. Pero ahora estaba allí presente, como si hubiese resucitado, mirándome y pidiéndome que lo lleve.
Entonces, tomé la decisión de ingresar y señalándolo con la cabeza le pregunté al vendedor el precio y en que estado se encontraba. Me mencionó que si bien era antiguo, funcionaba perfectamente, y al ser el monto razonable, le dije que lo compraba. Fue allí que con una duda reflejada en su rostro me contestó que previamente iba a consultar al dueño, porque le parecía que habían recibido un pedido de reserva por él.
Demoró unos minutos que me parecieron siglos, durante los cuales me invadieron pensamientos pesimistas, pero cuando el empleado reapareció detrás del laberinto de muebles, una pequeña esperanza comenzó a florecer en mi alma. Al llegar junto a mí, esbozó una sonrisa diciéndome que no tenían problemas para vendérmelo y le dio cuerda para hacerme ver que aún funcionaba.
Mientras lo veía marchar, quería acariciar con mis ojos aquella caja de madera y envuelto en la nostalgia y con mi corazón latiendo de cariño, salí del negocio disfrutando de la compra. Había adquirido ese reloj que me recordaba mi juventud ajedrecística, y especialmente aquellas partidas ping-pong a 5 minutos por jugador, que generalmente terminaban a los manotazos cuando se caía la aguja del reloj.
Hoy con el avance de la electrónica, donde las partidas rápidas se juegan con segundos de recupero, ese viejo reloj de ajedrez a cuerda, junto a mi juventud, lamentablemente ya se ha ido de este mundo, como se van las noches con sus sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario