Cuando le conté a mi madre que había crecido en el jardín de nuestra casa una planta de ajedrez, me dijo que yo estoy loco de remate. Al principio, la planta se limitaba a analizar conmigo las partidas, con unos libros que yo tenía en mi biblioteca. Pero pronto se cansó y tuve que empezar a jugar algunas partidas con ella. Fue un error. Mis continuas derrotas terminaron por decidirla. Me pidió que la ayudara a salir de mi jardín para enfrentar a los mejores jugadores del mundo. Y por más que insistí e insistí, no logré convencerla que lo que ella pretendía era realmente una extravagancia. Finalmente me he resignado, y ahora, ante la mirada compasiva de mi madre, la estoy trasplantando con mucho cuidado a una maceta, para poder satisfacer su pedido.
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