11/8/21

El niño ajedrecista

Un día un niño ajedrecista se instaló en mi cerebro. Pensé que si no le hacía caso acabaría por marcharse, así que no le dije nada. Pero el niño se quedó allí, obligándome a analizar las partidas y haciéndome preguntas sobre una u otra variante de las aperturas.

A partir de ese momento, mi vida de ajedrecista se complicó. En los torneos de ajedrez aparecía a menudo en mi mente ese niño inmaduro e inexperto, y me hacía perder las partidas. Entonces caminaba de deprisa hasta llegar a mi casa, iba a mi cama y hundiendo la cabeza en la almohada, desahogaba mis penas con un grito. Luego me consolaba llorando como el niño que tenía en mi mente. De modo que no tuve más remedio que deshacerme de él para siempre.

Pero me arrepentí de haberlo hecho. Ahora ocupa su lugar un celular que fiscaliza todos mis movimientos con un programa de ajedrez de muy bajo nivel. Él no me hace preguntas ni me pide explicaciones. Pero cuando estoy jugando en un torneo lo siento sonar en mi mente y la excitación por saber que jugada me sugiere se acumula en mi espíritu. Trato de contenerme, pero no puedo, y luego de consultarlo no dejo de perder las partidas. Y para colmo de males, ahora no me queda ni el consuelo de llorar como un niño.



 

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