En mi infancia, analizaba con mucho detenimiento las partidas de ajedrez que se publicaban en los diarios y revistas, y con esos conocimientos adquiridos, generalmente ganaba en los torneos de la escuela. Fue así, que un domingo veintiocho de diciembre, que es el día de los santos inocentes, se me ocurrió concurrir a la plaza de mi pueblo a jugar una partida. Allí, organizado por el Municipio, un viejo y renombrado ajedrecista iba a disputar unas partidas simultáneas con más de cincuenta chicos.
Con la soberbia propia de mi inexperiencia juvenil, creía que con mis conocimientos de las variantes de las aperturas que se empleaban en esos momentos, le iba a hacer mucha fuerza e incluso ganarle al viejo maestro. Pero luego de realizar las primeras jugadas de la partida, percibí que mi conciencia me recordaba permanentemente aquella tradicional frase de ese día: "que la inocencia te valga".
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