Vuelvo a casa después de haber participado en un importante torneo interzonal de ajedrez y estoy muy nervioso y deprimido. El autobús hace una parada de media hora en una de las estaciones de refrigerio de la ruta. Bajo y luego de ir al baño, pido en el bar una copa de vino y un sándwich de jamón. Salgo al exterior y aprovecho para pasear por el extenso playón del estacionamiento. Respiro y huelo el fresco aroma que trae la brisa campera. De pronto, veo algo brillar en el suelo y recojo un pequeño peón de ajedrez. Posiblemente alguien lo perdió de un juego portátil de un anterior viaje de autobús. Lo miro con cariño y me parece como que recupero milagrosamente aquel peón que perdí en aquella partida final. El viaje continúa y ahora con el espíritu renovado, dispongo de dos horas para solazarme imaginando como hubiera sido ese triunfo brillante que no he tenido.
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