Tengo unos amigos en el club de ajedrez a los que visito todas las noches. Me gusta estar con ellos hasta muy tarde. Realmente nunca sé hasta que hora me quedo, pero cuando amanece ya no estoy allí. Eso sí, no dejo rastros de mi presencia, salvo unas pequeñas manchas rojas en sus pieles que forman roncha y pican mucho. Al fin y al cabo, aunque a ellos les resulte molesta mi visita y quieran matarme, yo los quiero mucho, porque acompañan mi cena y me alegran con sus hermosas partidas.
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